INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
- Bau Yahari
- 28 feb
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 1 mar
El devenir como objeto de estudio
Por: Bau Yahari
“Sin embargo, la filosofía de la historia no es otra cosa que la consideración pensante de la historia; y nosotros no podemos dejar de pensar, en ningún momento.” (Hegel, 1830/2005, p. 93)

Los cambios en la historia se dieron gracias a las contradicciones, los opuestos y los negativos. La filosofía, en sí misma y en esencia, es una contradicción constante. El enfrentamiento de ideas no es un defecto, sino más bien proceso fundamental para el cambio. Si todos pensáramos de la misma manera, no habría espacio para la crítica, para la innovación ni para el desarrollo de nuevas ideas. Y claro, si existiera una visión inamovible de la realidad, el resto de planteos no tendrían sentido alguno. El pensamiento humano se desarrolla precisamente mediante la confrontación de posturas, la posibilidad de que las ideas puedan ser refutadas, cambiadas o modificadas en una concepción más amplia de nuestro alrededor. Este proceso es lo que conocemos como dialéctica: una dinámica de tesis, antítesis y síntesis, donde el conflicto se termina volviendo una condición necesaria para el pensamiento.
La filosofía no puede limitarse a debates superficiales ni a meras especulaciones metafísicas que no aporten nada en concreto. Su rol debe estar enfocado hacia un análisis crítico, el fortalecimiento del pensamiento racional y estructurado y, por supuesto, un arte que invite a la vida. No considero que se trate de seguir acumulando e inventando teorías y conceptos sin ningún tipo de utilidad práctica, la filosofía debe ser pragmática, debe de ser útil. Comprender cómo las ideas evolucionaron a lo largo de la historia es indispensable para entender –como consecuente- la manera en la que esos mismos ideales pueden seguir contribuyendo a la transformación de nuestra sociedad
Para comprender la importancia de la dialéctica en el desarrollo del conocimiento, podemos tomar un ejemplo simple. Supongamos que yo no sé sumar, esa es mi tesis, mi punto de partida. La antítesis se da cuando mi amigo, que sí sabe sumar, me enseña a cómo hacerlo. Es en este proceso de confrontación entre opuestos –ignorancia y conocimiento- donde surge una síntesis, una nueva comprensión que no existía antes. Ahora, yo adquirí una nueva capacidad, y la hice gracias al contraste de ideas, el desconocimiento inicial y la información aportada por mi amigo. Este mismo principio se aplica en casi todas las áreas, si yo sostengo una postura ideológica sin que quepa la posibilidad de ser desafiado por una perspectiva opuesta, mi conocimiento se estanca. Por lo que es necesario que exista una antítesis que ponga “en la mesa” mis ideas, que las enfrente y que, en este proceso, me obligue a repensarlas y refinarlas. La síntesis que surge de este choque sirve para reafirmar mi postura con mejores argumentos o modificarla en función de los nuevos conocimientos que adquirí.
La historia de la filosofía, por tanto, funciona como una herramienta. En la ciencia, por ejemplo, el progreso se basa en la refutación de teorías previas y su siguiente reformulación; de la misma manera, los cambios sociales, políticos y estructurales se vieron impulsados por los conflictos de intereses y la superación de estructuras arcaicas; en el arte y la literatura, a su vez, la innovación surge de la renovación, la superación de tradiciones anteriores y la continua búsqueda de nuevas expresiones. En todos los casos, la oposición entre lo establecido y lo emergente resulta en la chispa para el cambio.
El pensamiento en fuga: ¿Qué es, entonces, la filosofía?
Ahora bien, con esta idea inicial podemos ver cómo, gracias a la filosofía, se dan las transiciones en cualquier ámbito, desde el arte y la política hasta la ciencia y vida cotidiana. Pero a todo esto surge una pregunta sumamente importante, ¿Qué es, entonces, la filosofía?
Desde un análisis etimológico, la palabra filosofía proviene del griego antiguo φιλοσοφία, que lo podemos traducir de forma literal como amor por la sabiduría. El término Philos (φίλος) significaba "amigo" o "amante", y Sophia (σοφία) significaba "sabiduría"; de esta manera, entendemos formalmente a la filosofía como el amor y búsqueda del conocimiento, mismo para intentar llegar a una comprensión profunda de la realidad.
La filosofía occidental tiene sus orígenes en la antigua Grecia, específicamente en Mileto (Asia Menor), alrededor del siglo VI a.C. Durante este período, los primeros pensadores –presocráticos- comenzaron a buscar explicaciones naturales y racionales a las inquietudes y fenómenos del mundo, alejándose de los típicos fundamentos mitológicos y sobrenaturales que predominaban en esos tiempos. Este cambio de perspectiva es conocido como el paso del mito al logos, en lugar de explicar el universo mediante narraciones sagradas, estos filósofos buscaron principios con bases mucho más sólidas y firmes.
Me es importante destacar que, aunque la filosofía como disciplina estructurada surja en este contexto, las preguntas sobre la existencia, la realidad y el conocimiento estuvieron presentes en todas las culturas desde tiempos ancestrales. Sin embargo, no fue hasta que en la Antigua Grecia se sistematizaría y desarrollaría toda esta indagación de manera metódica, dando como resultado la rama que conocemos hoy.
Uno de los conceptos claves de estos arraigos fue el arjé, la idea de un principio fundamental que constituya el origen de todas las cosas. Tales de Mileto, por ejemplo, propondría que el agua era este principio, este arjé, mientras que otros filósofos como Anaxímenes o Heráclito plantearían el aire y fuego, respectivamente. Este cambio terminaría marcando el nacimiento de la tradición filosófica occidental, un conjunto de todas las ideas que evolucionaron desde los griegos hasta nuestros días. Con Sócrates, el enfoque filosófico pasaría a ser la reflexión de la ética y naturaleza humana, y su método de enseñanza –dialogo y critica- influiría profundamente en su discípulo Platón, quien plantearía un mundo de ideas que fuese más real que un mundo sensible. Aristóteles rompería con esta visión y se terminaría enfocando en el estudio de la naturaleza, la lógica y la política, con principios que influirían en la ciencia por siglos.
Luego de estos grandes sistemas, llegaríamos a una época helenística (siglo IV a.C), donde la filosofía se diversificaría en varias escuelas. El estoicismo, por ejemplo, era una corriente que proponía una vida guiada por la virtud e indiferencia; el epicureísmo, por otra parte, buscaba la felicidad a través del placer moderado y la ausencia del miedo; el escepticismo, en cambio, ponía en duda toda posibilidad de un conocimiento absoluto. Durante la Edad Media (Siglos V-XV), la filosofía quedaría fuertemente vinculada a la religión, con autores como Agustín de Hipona y Tomas de Aquino, quienes tratarían de conciliar la razón con la fe.
Con la modernidad (Siglos XV–XVIII), el pensamiento lograría apartarse de la teología. Llegarían pensadores como René Descartes, quien propondría el racionalismo, basado en su famosa duda metódica, mientras que John Locke y David Hume desarrollarían el pensamiento empirista, defendiendo un conocimiento proveniente de la experiencia. Immanuel Kant intentaría establecer los límites del conocimiento humano junto con una autonomía de la razón. Más adelante, Georg Hegel integraría estas ideas en su pensamiento tan sistemático y teleológico, concibiendo a la historia y la realidad como un proceso en continuo desarrollo. Friedrich Nietzsche, sin embargo, irrumpiría y se opondría a estas ideas, planteando que la vida no tiene un sentido fijo ni un progreso claro, cuestionando los valores tradicionales y abriendo paso a lo que conocemos ya como filosofía contemporánea. Esta última daría pie al origen de nuevos autores e ideas relacionadas a la existencia, la vida, los propósitos, y muchos otros temas más.
Sobre la nostalgia y la vigencia ¿Cuál es el rol de la filosofía en la actualidad?
La contradicción es la esencia del progreso, y el progreso es relativo al tiempo. Si la filosofía ha logrado sobrevivir a lo largo de todos estos siglos, es precisamente porque su enfoque y propósito tienen una utilidad clara y específica: lograr un avance en el pensamiento.
Al recorrer desde los orígenes presocráticos, pasando por la transición del mito al logos, hasta la era de la modernidad y contemporaneidad, se nos evidencia que la filosofía fue y será un proceso marcado por la confrontación de paradigmas. Cada época, con sus propias negaciones y tensiones, nos ofreció el terreno para que los pensadores pudieran desafiar lo ya establecido, abriendo paso a una renovación constante de conceptos y valores. Este conflicto inherente no es sino la manifestación del dinamismo y vitalidad del conocimiento humano.
La historia de la filosofía, en la actualidad, se enfrenta a dos grandes peligros: la banalización y el dogmatismo. Ambos siendo los principales antónimos del enfoque empírico-racional. Por un lado, se popularizó una visión superficial de la misma, que la reduce a frases y supuestos “pensamientos” sin ningún tipo de profundidad ni practicidad; en pocas palabras, se comenzó a difundir una errónea idea de accesibilidad. Por otro lado, persisten enfoques cerrados, aferrados a dinámicas de pensamiento obsoletas que no permiten cuestionamiento alguno. El verdadero rol de este arte debería radicar en su estudio, su análisis y su comprensión en un marco teórico. No se trata de aceptar cualquier idea solo por tener una sonoridad profunda o “compleja”, sino que, por el contrario, debería de exigirse un rigor y un nivel de coherencia en el desarrollo de las ideas. Así es como se la tiene que comprender, sin posturas dogmáticas ni aportes poco útiles, sin rumias y sin malinterpretaciones.
En este marco, resulta imprescindible reconocer que el rol actual de la filosofía se ha transformado radicalmente. Ya no encontramos, en el presente, la figura del filósofo en su sentido clásico —como creador de nuevos sistemas y corrientes del pensamiento—, sino que observamos intentos absurdos de reinterpretación y de análisis crítico sobre un legado histórico que, en sí mismo, constituye la verdadera esencia de la disciplina. La filosofía contemporánea se redefine, por tanto, como una subdivisión centrada en el estudio de su propia historia; una herramienta indispensable para desentrañar las raíces de nuestras ideas y para establecer un criterio racional y estructurado frente a los desafíos del presente.
La dialéctica, entendida como el progreso, transiciona como la clave para interpretar cómo las ideas se han desarrollado y transformado a lo largo del tiempo. Cada confrontación, cada debate entre visiones opuestas, ha contribuido a la construcción de un cuerpo de conocimiento que, al ser analizado, nos brinda todas las herramientas necesarias para afrontar la complejidad del mundo actual. Finalmente, se llega a la conclusión de que el pensamiento filosófico no se renueva en el presente mediante la mera especulación, sino que se perpetúa a través del estudio y la reinterpretación de su propia evolución histórica. La tarea de comprender el presente pasa, por tanto, por el análisis profundo de los conflictos y las síntesis del pasado. Solo así se podrá forjar un pensamiento crítico, riguroso y fundamentado, capaz de aportar respuestas pertinentes a los dilemas actuales. En definitiva, la filosofía, al ser analizada desde su historia, se transforma en un faro que guía el camino hacia una sociedad más consciente, donde el choque de ideas se convierta en el motor ineludible del progreso y la transformación social.
La filosofía, en definitiva, ha muerto, ya solo nos queda su historia.
Referencias
Hegel, G. W. F. (2005). Lecciones sobre la filosofía de la historia universal (J. Gaos, Trad.; S Rus Rufino, Estudio preliminar). Editorial Tecnos. (Publicación original en 1830)
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